¡Qué
descanso!, sentir los pies, libres de las botas, es un placer. La vez
anterior, el Camino no fue tan duro, quizá éramos más jóvenes, o
lo vivimos con la ilusión de la primera vez. Ahora, en sandalias,
con los dedos libres, noto la dureza de las piedras de este puente
antiguo. Me asomo al pasamanos, ¡qué bonito es todo!
A
pesar de la pena, ver este río fluyendo bajo los ojos del puente me
reconforta. Está tardando, ¿cuando vendrá?
Sentí
una mano recia posarse sobre mi hombro.
–No
vendrá, lo sabes. –Él me miraba desde unos ojos tan antiguos y
profundos como los del puente.
–Sí,
claro que viene, como cuando pasamos por aquí la otra vez. Está
deseando regresar y escuchar de nuevo tu historia. ¡Qué romántico
lo que hiciste!, nos pareció tan inspirador, nos dio fuerzas para
continuar el Camino, a pesar de que ella parecía ya no tenerlas.
Ahora, cuando venga, lo recordaremos y echaremos unas risas.
–¡No
te engañes!, no va a venir, y yo tampoco debería estar aquí.
No
le eché cuenta a aquel cascarrabias de manos fuertes. Debía tener
un mal día, pero a mí no me iba a amargar el mío. Recordé
entonces la primera vez, avanzamos de la mano sobre el puente y, a
mitad del mismo, donde ahora me encuentro, vimos las dos columnas con
los nombres grabados. Era el lugar de la historia, yo la había
leído, y allí mismo se la conté: