lunes, 2 de junio de 2014

Órbigo, no te olvido

Relato sobre El Puente de Órbigo
Puente de Órbigo, el "Paso Honroso". Imagen de José Antonio Gil Martínez

¡Qué descanso!, sentir los pies, libres de las botas, es un placer. La vez anterior, el Camino no fue tan duro, quizá éramos más jóvenes, o lo vivimos con la ilusión de la primera vez. Ahora, en sandalias, con los dedos libres, noto la dureza de las piedras de este puente antiguo. Me asomo al pasamanos, ¡qué bonito es todo!
A pesar de la pena, ver este río fluyendo bajo los ojos del puente me reconforta. Está tardando, ¿cuando vendrá?
Sentí una mano recia posarse sobre mi hombro.
–No vendrá, lo sabes. –Él me miraba desde unos ojos tan antiguos y profundos como los del puente.
–Sí, claro que viene, como cuando pasamos por aquí la otra vez. Está deseando regresar y escuchar de nuevo tu historia. ¡Qué romántico lo que hiciste!, nos pareció tan inspirador, nos dio fuerzas para continuar el Camino, a pesar de que ella parecía ya no tenerlas. Ahora, cuando venga, lo recordaremos y echaremos unas risas.
–¡No te engañes!, no va a venir, y yo tampoco debería estar aquí.
No le eché cuenta a aquel cascarrabias de manos fuertes. Debía tener un mal día, pero a mí no me iba a amargar el mío. Recordé entonces la primera vez, avanzamos de la mano sobre el puente y, a mitad del mismo, donde ahora me encuentro, vimos las dos columnas con los nombres grabados. Era el lugar de la historia, yo la había leído, y allí mismo se la conté:

Fue aquí mismo Sara: el caballero don Suero de Quiñones se declaró en prisión de amor, colocándose una argolla al cuello y bloqueando el paso en este puente.
–¿Prisión de amor?
–Sí, ¡como yo contigo! –le zampé dos besos– Soy capaz de plantarme aquí mismo y darle de palos al primero que pase para demostrarte mi amor eterno. –Enarbolé mi bastón de peregrino.
–¡No seas burro Tomás!
–Eso mismo le dirían a don Suero, pero él se empeñó, y bloqueó el Camino de Santiago, retando a todo caballero de la cristiandad para que viniera luchara contra él para liberarlo, ¡todo ello por amor!
–¡Qué fuerte!, pero... ¿cómo que bloqueó el camino?, ¿no podía pasar nadie?
–Bueno, lo de bloquear es un decir, fue como una especie de evento caballeresco. La gente del pueblo podía pasar, los peregrinos de a pié y todo eso, pero los caballeros de armas tomar tenían que batirse en duelo, y si perdían no pasaban, o tenían que cruzar mojándose en el río, con la deshonra que eso les conllevaba. Creo que la gesta duró un mes, y se hizo tan famoso que venían caballeros de todos lados a liberar el puente.
–¿En serio?
–Sí, don Suero tuvo la ayuda de otros nueve caballeros que se unieron a la causa. Junto a estos “caballeros mantenedores”, luchó contra gente venida de toda Europa. Incluso tenían que hacer candelas para alumbrar el puente, porque los combates se sucedían día y noche.
–¿Y cómo acabó todo?
–Con final feliz, Don Suero ganó la gesta, peregrinó a Santiago con el grillete al cuello y se lo entregó al Santo como ofrenda.
–Como nosotros, a ver si llegamos...hay tanto que agradecer. –Entonces la abracé, sentí su calor y su gran fuerza interior, a pesar de la aparente debilidad. Era una mujer valiente.
–Vamos al albergue, estoy cansada, y me tengo que tomar las pastillas.
Cenamos ligero, ella tomo su medicación, no le sentó mal, era un tratamiento experimental, basado en hormonas, mucho menos agresivo que lo que tomaba antes, lo peor había pasado.

Al día siguiente, se levantó antes que yo, me despertó, con cuidado de no despertar a otro peregrino qué aún dormía, el resto ya había salido. Nosotros íbamos más lentos, a nuestro ritmo, sin hacer grandes etapas.
–Venga dormilón, ¡tengo algo muy dulce para ti!
Fuimos a la cocina-comedor del albergue, los compañeros de camino habían dejado los vasos y platos limpios, escurriendo sobre una bandeja en el fregadero. Sara había calentado leche y servido dos tazones.
–Verás que buena pinta, –sacó de un envoltorio dos piezas de tarta –es tarta de queso, típica de aquí– no esperó mi respuesta, la probó de inmediato –¡Está buenísima!, es casera, dulce, pero no dulzona.
La probé, tenía razón, un sabor suave, nada empalagoso, y una textura adecuada, muy alejada de la tarta de queso industrial que se sirve en otros sitios. Volví a sentir otra vez esa sensación que me decía que en el Camino aún se conservan cosas auténticas.
–Y también he comprado esto: no es una esclava de oro, pero puede servir –me mostró una pulsera de cuero en la que podía leerse el grabado “Paso Honroso” –¡Ya tengo algo que llevarle de ofrenda al Santo, ¡y esta es para ti!. –Me entregó otra igual, que me anudó a la muñeca y aún conservo, se ha puesto un poco oscura, pero así me gusta más.

–¡Eh!, ¡peregrino!...¿qué te pasa?, ¿te has puesto a pensar en las nubes?
–No, sólo recordaba cuando ella me regaló esta pulsera, la suya se la dejó al Santo, cumplió con su ofrenda, le costó, pero lo hizo. Ahora, cuando venga, le preguntamos, creo que le dio un poco de pena soltar allí la pulsera.
–No voy a preguntarle, porque no va a venir. Sabes que no, acéptalo de una vez, te ha dejado.
–¡Nó!, ¡es mentira!, ¡vete ya puto viejo!, ¡sal de mi vista!
–No puedes hacer que me marche, lo mismo que no puedes hacer regresar a Sara, acéptalo, no puedes arreglar esto, ¡no sin ayuda!
Siento nauseas, me duele la cabeza, me pego a mi mismo varias cachetadas, pero eso empeora las cosas. Sus manazas me agarran ahora por ambos hombros.
–¡Espabila zagal!, –empieza a zamarrearme –¡déjate de ilusiones!, ¡acepta la realidad!
–¡Para ti es fácil decirlo!, triunfaste en tu gesta, fuiste a Santiago y viviste el resto de tu vida feliz con tu amada. Para nosotros la historia fue diferente... ¿imaginas lo que sufrió ella?... fuimos a Santiago, entregó su ofrenda, fuimos felices varios años, pero al final, el mal volvió. Cuando más tranquilos estábamos, cuando parecía superado, pensábamos incluso en traer familia. Pero el cancer volvió, esta vez con fuerza, con metástasis, sin posibilidad de operar. ¿Es eso justo?... dime: ¿qué hubieras hecho tú?... si tu cuento caballeresco hubiera acabado de otro modo.
–En verdad te digo que lo que os pasó no es justo zagal, pero la vida, en muchas ocasiones, no lo es. Tampoco es justo que me juzgues sin saber toda mi historia: mucha gloria me reportó la gesta del Paso Honroso, pero en mi caso el mal también volvió. Todo el mundo conoce el principio de mi historia: el romance, los duelos, la fama, pero pocos conocen el final. Fue siendo ya hombre maduro, cuando mi brío guerrero se había atenuado y mis fuerzas habían menguado. Acabé muerto en una fea refriega a la que me forzó un caballero resentido. ¿Entiendes ahora que toda gloria es efímera?, ¿que toda felicidad es pasajera?... ten para siempre esto presente: ¡no sólo tú has sufrido!
–Entonces, ¿para qué hacer nada?... si al final siempre toca perder.
–Para dar testimonio, para ser uno mismo, ¡para ser! –don Suero cerró su puño derecho y golpeó ligeramente mi pecho a la altura del corazón– ¡Actué como una caballero!, viví el ideal y lo disfruté, con sus penas y glorias: ¡di testimonio! Tú, y tu amada, vivisteis el Camino, todo se acaba, pero el peregrinaje en si mismo ya tuvo valor: aprende a perder, aprende a disfrutar la belleza que compartiste con ella, pero deja de aferrarte al pasado: ¡la has perdido!, acepta la realidad: ella ya no vive aquí.
–No puedo hacerlo, ¡no quiero!
–Debes afrontar el reto, esta es tu gesta: deja de lamentarte, un caballero, un peregrino, nunca va por ahí de capa caída. Recuerda lo que te dijo Nuria antes de que emprendieras otra vez “El Camino”, este nuevo viaje que planteaste podría ser positivo, siempre que estuvieses dispuesto a afrontar tu duelo. Necesitas sanar tus heridas, visitar estos lugares que os fueron tan gratos e intensos, pero sin abandonar el otro tratamiento.

–¡¿Quién te ha hablado de mí?!, ¡¿cómo puedes conocer a mi terapeuta?!
–La conozco porque soy parte de ti: sólo una alucinación que contribuye a tus delirios, ¡no deberías verme!, y tampoco deberías esperar volver a ver a Sara, sólo somos proyecciones retorcidas de tu mente.
–¡No puede ser!
–Sabes que sí, algo en tu interior sabe que lo que te digo es cierto: anda, toma nota del testimonio que te dio Sara en el peregrinaje: sigue caminando, a pesar del sufrimiento, tómate la medicación, olvida las fantasías y vuelve a tu vida normal.
Aquél noble caballero pronunció algo, antes de desvanecerse para siempre:

–No me vuelvas a ver, ¡pero nunca me olvides!

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