Puente de Órbigo, el "Paso Honroso". Imagen de José Antonio Gil Martínez |
¡Qué
descanso!, sentir los pies, libres de las botas, es un placer. La vez
anterior, el Camino no fue tan duro, quizá éramos más jóvenes, o
lo vivimos con la ilusión de la primera vez. Ahora, en sandalias,
con los dedos libres, noto la dureza de las piedras de este puente
antiguo. Me asomo al pasamanos, ¡qué bonito es todo!
A
pesar de la pena, ver este río fluyendo bajo los ojos del puente me
reconforta. Está tardando, ¿cuando vendrá?
Sentí
una mano recia posarse sobre mi hombro.
–No
vendrá, lo sabes. –Él me miraba desde unos ojos tan antiguos y
profundos como los del puente.
–Sí,
claro que viene, como cuando pasamos por aquí la otra vez. Está
deseando regresar y escuchar de nuevo tu historia. ¡Qué romántico
lo que hiciste!, nos pareció tan inspirador, nos dio fuerzas para
continuar el Camino, a pesar de que ella parecía ya no tenerlas.
Ahora, cuando venga, lo recordaremos y echaremos unas risas.
–¡No
te engañes!, no va a venir, y yo tampoco debería estar aquí.
No
le eché cuenta a aquel cascarrabias de manos fuertes. Debía tener
un mal día, pero a mí no me iba a amargar el mío. Recordé
entonces la primera vez, avanzamos de la mano sobre el puente y, a
mitad del mismo, donde ahora me encuentro, vimos las dos columnas con
los nombres grabados. Era el lugar de la historia, yo la había
leído, y allí mismo se la conté:
Fue
aquí mismo Sara: el caballero don Suero de Quiñones se declaró en
prisión de amor, colocándose una argolla al cuello y bloqueando el
paso en este puente.
–¿Prisión
de amor?
–Sí,
¡como yo contigo! –le zampé dos besos– Soy capaz de plantarme
aquí mismo y darle de palos al primero que pase para demostrarte mi
amor eterno. –Enarbolé mi bastón de peregrino.
–¡No
seas burro Tomás!
–Eso
mismo le dirían a don Suero, pero él se empeñó, y bloqueó el
Camino de Santiago, retando a todo caballero de la cristiandad para
que viniera luchara contra él para liberarlo, ¡todo ello por amor!
–¡Qué
fuerte!, pero... ¿cómo que bloqueó el camino?, ¿no podía pasar
nadie?
–Bueno,
lo de bloquear es un decir, fue como una especie de evento
caballeresco. La gente del pueblo podía pasar, los peregrinos de a
pié y todo eso, pero los caballeros de armas tomar tenían que
batirse en duelo, y si perdían no pasaban, o tenían que cruzar
mojándose en el río, con la deshonra que eso les conllevaba. Creo
que la gesta duró un mes, y se hizo tan famoso que venían
caballeros de todos lados a liberar el puente.
–¿En
serio?
–Sí,
don Suero tuvo la ayuda de otros nueve caballeros que se unieron a la
causa. Junto a estos “caballeros mantenedores”, luchó contra
gente venida de toda Europa. Incluso tenían que hacer candelas para
alumbrar el puente, porque los combates se sucedían día y noche.
–¿Y
cómo acabó todo?
–Con
final feliz, Don Suero ganó la gesta, peregrinó a Santiago con el
grillete al cuello y se lo entregó al Santo como ofrenda.
–Como
nosotros, a ver si llegamos...hay tanto que agradecer. –Entonces la
abracé, sentí su calor y su gran fuerza interior, a pesar de la
aparente debilidad. Era una mujer valiente.
–Vamos
al albergue, estoy cansada, y me tengo que tomar las pastillas.
Cenamos
ligero, ella tomo su medicación, no le sentó mal, era un
tratamiento experimental, basado en hormonas, mucho menos agresivo
que lo que tomaba antes, lo peor había pasado.
Al
día siguiente, se levantó antes que yo, me despertó, con cuidado
de no despertar a otro peregrino qué aún dormía, el resto ya había
salido. Nosotros íbamos más lentos, a nuestro ritmo, sin hacer
grandes etapas.
–Venga
dormilón, ¡tengo algo muy dulce para ti!
Fuimos
a la cocina-comedor del albergue, los compañeros de camino habían
dejado los vasos y platos limpios, escurriendo sobre una bandeja en
el fregadero. Sara había calentado leche y servido dos tazones.
–Verás
que buena pinta, –sacó de un envoltorio dos piezas de tarta –es
tarta de queso, típica de aquí– no esperó mi respuesta, la probó
de inmediato –¡Está buenísima!, es casera, dulce, pero no
dulzona.
La
probé, tenía razón, un sabor suave, nada empalagoso, y una textura
adecuada, muy alejada de la tarta de queso industrial que se sirve en
otros sitios. Volví a sentir otra vez esa sensación que me decía
que en el Camino aún se conservan cosas auténticas.
–Y
también he comprado esto: no es una esclava de oro, pero puede
servir –me mostró una pulsera de cuero en la que podía leerse el
grabado “Paso Honroso” –¡Ya tengo algo que llevarle de ofrenda
al Santo, ¡y esta es para ti!. –Me entregó otra igual, que me
anudó a la muñeca y aún conservo, se ha puesto un poco oscura,
pero así me gusta más.
–¡Eh!,
¡peregrino!...¿qué te pasa?, ¿te has puesto a pensar en las
nubes?
–No,
sólo recordaba cuando ella me regaló esta pulsera, la suya se la
dejó al Santo, cumplió con su ofrenda, le costó, pero lo hizo.
Ahora, cuando venga, le preguntamos, creo que le dio un poco de pena
soltar allí la pulsera.
–No
voy a preguntarle, porque no va a venir. Sabes que no, acéptalo de
una vez, te ha dejado.
–¡Nó!,
¡es mentira!, ¡vete ya puto viejo!, ¡sal de mi vista!
–No
puedes hacer que me marche, lo mismo que no puedes hacer regresar a
Sara, acéptalo, no puedes arreglar esto, ¡no sin ayuda!
Siento
nauseas, me duele la cabeza, me pego a mi mismo varias cachetadas,
pero eso empeora las cosas. Sus manazas me agarran ahora por ambos
hombros.
–¡Espabila
zagal!, –empieza a zamarrearme –¡déjate de ilusiones!, ¡acepta
la realidad!
–¡Para
ti es fácil decirlo!, triunfaste en tu gesta, fuiste a Santiago y
viviste el resto de tu vida feliz con tu amada. Para nosotros la
historia fue diferente... ¿imaginas lo que sufrió ella?... fuimos a
Santiago, entregó su ofrenda, fuimos felices varios años, pero al
final, el mal volvió. Cuando más tranquilos estábamos, cuando
parecía superado, pensábamos incluso en traer familia. Pero el
cancer volvió, esta vez con fuerza, con metástasis, sin
posibilidad de operar. ¿Es eso justo?... dime: ¿qué hubieras hecho
tú?... si tu cuento caballeresco hubiera acabado de otro modo.
–En
verdad te digo que lo que os pasó no es justo zagal, pero la vida,
en muchas ocasiones, no lo es. Tampoco es justo que me juzgues sin
saber toda mi historia: mucha gloria me reportó la gesta del Paso
Honroso, pero en mi caso el mal también volvió. Todo el mundo
conoce el principio de mi historia: el romance, los duelos, la fama,
pero pocos conocen el final. Fue siendo ya hombre maduro, cuando mi
brío guerrero se había atenuado y mis fuerzas habían menguado.
Acabé muerto en una fea refriega a la que me forzó un caballero
resentido. ¿Entiendes ahora que toda gloria es efímera?, ¿que
toda felicidad es pasajera?... ten para siempre esto presente: ¡no
sólo tú has sufrido!
–Entonces,
¿para qué hacer nada?... si al final siempre toca perder.
–Para
dar testimonio, para ser uno mismo, ¡para ser! –don Suero cerró
su puño derecho y golpeó ligeramente mi pecho a la altura del
corazón– ¡Actué como una caballero!, viví el ideal y lo
disfruté, con sus penas y glorias: ¡di testimonio! Tú, y tu amada,
vivisteis el Camino, todo se acaba, pero el peregrinaje en si mismo
ya tuvo valor: aprende a perder, aprende a disfrutar la belleza que
compartiste con ella, pero deja de aferrarte al pasado: ¡la has
perdido!, acepta la realidad: ella ya no vive aquí.
–No
puedo hacerlo, ¡no quiero!
–Debes
afrontar el reto, esta es tu gesta: deja de lamentarte, un caballero,
un peregrino, nunca va por ahí de capa caída. Recuerda lo que te
dijo Nuria antes de que emprendieras otra vez “El Camino”, este
nuevo viaje que planteaste podría ser positivo, siempre que
estuvieses dispuesto a afrontar tu duelo. Necesitas sanar tus
heridas, visitar estos lugares que os fueron tan gratos e intensos,
pero sin abandonar el otro tratamiento.
–¡¿Quién
te ha hablado de mí?!, ¡¿cómo puedes conocer a mi terapeuta?!
–La
conozco porque soy parte de ti: sólo una alucinación que contribuye
a tus delirios, ¡no deberías verme!, y tampoco deberías esperar
volver a ver a Sara, sólo somos proyecciones retorcidas de tu mente.
–¡No
puede ser!
–Sabes
que sí, algo en tu interior sabe que lo que te digo es cierto: anda,
toma nota del testimonio que te dio Sara en el peregrinaje: sigue
caminando, a pesar del sufrimiento, tómate la medicación, olvida
las fantasías y vuelve a tu vida normal.
Aquél
noble caballero pronunció algo, antes de desvanecerse para siempre:
–No
me vuelvas a ver, ¡pero nunca me olvides!
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