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Había una vez
un poblado indio al que llegó un forastera. Hablaba un poco raro, tenía la piel
muy blanca, unos ojos azules que asustaban al principio porque nadie en el
poblado había visto nunca unos ojos de ese color, además nunca llevaba zapatos, por eso en
aquella tribu la llamaban Pies Negros.
Pies negros
era curandera, una curandera muy especial, curaba con las manos y con los pies
y eso no lo habían visto nunca los curanderos de la tribu: ella curaba
torceduras y problemas musculares. Cuando alguien había estado mucho tiempo
enfermo y se había olvidado de caminar,
Pies Negros podía ayudarle a recordar la manera de hacerlo, para ello se
ayudaba de los pies. Sus pies parecían los pies de un mono: con ellos era capaz
de agarrar los pies de los demás y enseñarlos a pisar bien en el suelo. Además,
a Pies Negros le gustaban los caballos y también curaba con los caballos,
cuando un niño estaba malito, Pies Negros lo paseaba a caballo y mejoraba poco
a poco. Incluso los niños que no podían andar, se ponían más fuertes y eran
muy felices montando a caballo, cuando
los niños montaban con ella a caballo
veían pájaros volar y los señalaban, Pies Negros les decía: algún día
volareis como los pájaros. Entonces los niños bajaban de los caballos, buscaban
las plumas que se les caían a los pájaros y se las regalaban a Pies Negros, que se las
ponía el pelo para adornarse.
Ya había
ayudado a muchas personas y eran mucho los que la querían, cada vez había más
niños que querían montar con ella a caballo y también había varios curanderos
que querían aprender su manera de curar.
Pero había una curandera que se llamaba Cizaña y no quería nada a Pies negros
y siempre la criticaba, decía:
—¡Va descalza
y tiene los pies sucios!, ¡es una bruja y hay que echarla del poblado!
Al principio
nadie la escuchó, no había motivo ninguno de qué preocuparse, pero Cizaña no
dejaba de criticar y de intentar buscar problemas. Un día cayó una enorme tormenta que causó una
gran inundación, la inundación arrasó el poblado y derribó muchas tiendas tipi,
quedando muchas familias sin hogar. Tuvieron que trabajar varias semanas para
poder reconstruir todo y que las familias volvieran a tener casas. Durante esos
días, Cizaña no paraba de decir a todo el mundo:
—¡La culpa de
todo la tiene Pies Negros!, ¡siempre va con los pies sucios!, por eso los
dioses han enviado tanta agua, ¡para que se lave los pies y se marche de la
tribu!
La gente de la
tribu escuchaba esas palabras, algunos llegaron a pensar que quizá tuviera
razón, otros pensaban que eso era una tontería y que Cizaña la acusaba por
envidia, pero nadie hizo nada. El tiempo
pasó y todo volvió a la normalidad, pero una noche se declaró un gran incendio
en un bosque cercano al poblado, justo en el sitio donde dormían los caballos
de Pies Negros. Los caballos asustados se alejaron de allí y se perdieron por
las montañas, alguna gente ayudó a Pies Negros y tardaron varias semanas en
recuperar los caballos perdidos.
Durante ese tiempo Cizaña no ayudo nada, y se
dedicó a decir a todo el mundo:
—¡Los dioses
están enfadados!, ¡no quieren a esa extranjera entre nosotros!, por eso han
mandado el fuego, para echarla a ella y a sus caballos de la tribu.
Alguna gente empezaba
a dudar, aunque otros pensaban que todo eso de los dioses enfadados eran
tonterías y malos pensamientos de Cizaña, pero ella seguía todo el día con la
misma historia:
—¡Tenemos que
echarla del poblado!, ¡tiene que irse antes de que los dioses se enfaden más y
nos manden un fuego que nos queme a todos!
Entonces la
gente se asustó, muchos querían a Pies Negros, pero nadie sabía realmente
interpretar la voluntad de los dioses, al final ganó el miedo y decidieron
preguntar al Gran Consejo de Ancianos. Muchos creían que era inocente, pero
pidieron que el Gran Consejo de Ancianos recibiera a Pies Negros y que tomara
una decisión con respecto a ella. El Gran Consejo de Ancianos se reunía en una
gran tienda en la cima de una montaña y Pies Negros fue citada a presentarse el
día siguiente a mediodía en punto.
Pies Negros se
levantó al amanecer y se dispuso a subir por el camino de la montaña, estaba
tranquila, porque sabía que era inocente y que todas esas historias de los
dioses enfadados eran tonterías que se inventaba Cizaña para engañar a la
gente. Era un día despejado, así que no se puso abrigo, sólo se vistió con una
túnica blanca muy limpia y se peinó sus cabellos rubios como hacía
siempre, con trenzas que adornaba con
las plumas de pájaro que le regalaban los niños. Pies negros comenzó a caminar, descalza como
siempre, por el sendero de la montaña, cuando llevaba mucho rato caminando y la
pendiente del camino se elevaba, notó algo cayendo desde arriba, eran pegotes
de barro, notó el impacto del barro en su túnica y pudo ver la silueta de alguien alejarse
corriendo camino arriba. Grandes manchas marrones y rojizas habían aparecido en
su túnica, pero Pies Negros no tenía tiempo para lamentarse, no podía volver al
poblado a cambiarse, ya que el Gran Consejo de Ancianos la esperaba a mediodía,
así que continuó caminando. Los árboles
del camino olían muy bien y los pájaros cantaban, Pies Negros caminaba en
calma, pero de pronto notó que algo la golpeaba, eran pegotes de musgo que
alguien le había arrojado, vio como a las manchas rojizas se unían ahora
manchas verdes, intentó ver quién le había tirado aquello, pero no vio a nadie,
su atacante se había refugiado entre los árboles y había escapado subiendo por
la ladera de la montaña.
Pies Negros
sintió ganas de perseguir a quien le había atacado, pero se paró un momento y
pensó, "he de continuar, el Gran Consejo me espera", así que apretó
el paso hacia su destino. Al poco de caminar el camino se estrechó y se internó
entre unos árboles, pies negros sintió el frescor de la vegetación en la mañana
y un poco de frío entre las sombras de aquellos altos árboles. Se paró un
momento a respirar, cerró los ojos y entonces notó que de nuevo alguien le
arrojaba algo: eran varios puñados de moras, que impactaron en su ropa
manchándola de morado, la túnica ahora no era blanca, sino que mostraba una
mezcla de manchas verdes, marrones y
moradas, Pies Negros se enfadó un poco, pero pensó: "El Gran Consejo está
cerca, me esperan, he de llegar como sea". Siguió caminando y al poco
tiempo salió del bosque, entonces vio la
Gran Tienda donde se reunía el Gran Consejo, había llegado justo a tiempo.
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La Gran Tienda
era el tipi más enorme que Pies Negros había visto jamás: en él cabían más de
cincuenta personas. Allí estaban los doce miembros del consejo: seis hombres y
seis mujeres, todos ellos ancianos y con las cabezas adornadas por tocados de
plumas, ya que cada uno de ellos, además
de anciano era un gran jefe. El portavoz del consejo era el anciano Nube
Blanca, que se hallaba sentado en el centro, con su enorme nariz y su rostro
moreno surcado de arrugas. Cuando Pies Negros se acercó a la puerta de la Gran
Tienda, Nube blanca alzó la voz:
—Entra: te
estábamos esperando: es mediodía en punto.
Pies negros
caminó unos pasos dentro de la tienda y Nube Blanca habló de nuevo:
—Quédate ahí,
de pie, para que todos podamos escucharte bien.
En el interior
de la Gran Tienda, además del Consejo, había alguna gente del poblado, algunos amigos de Pies Negros y otros a quienes no
conocía, entre ese gran silencio, vio
sus rostros expectantes.
Los ancianos
del consejo aproximaron sus cabezas y comenzaron a cuchichear entre ellos en
voz baja, al momento, volvieron a
guardar la compostura y Nube Blanca habló.
—Bienvenida,
aquella a la que llaman Pies Negros, todos coincidimos en que traes un vestido
muy bonito, adornado con los colores de la vida. Gracias por arreglarte así
para venir ante nosotros, lo consideramos un gesto de cortesía.
Pies Negros
inclinó la cabeza y habló:
—No era mi
intención vestirme de colores, alguien me manchó arrojándome cosas por el
camino.
Los ancianos
volvieron a unir sus cabezas y cuchichear, al momento Nube Blanca habló:
—Somos viejos,
y ya hemos visto eso pasar otras veces, suele pasar que quien pretende
mancharte en realidad acaba adornándote y haciéndote honores. —El anciano cerró
los ojos y respiró— Hemos estado deliberando y concluimos que no hay razón para
acusarte de los desastres naturales ocurridos, ni del enfado de los dioses,
¿qué opinas tú?
Pies Negros
alzó la voz:
—No sé si
existen los dioses, pero en caso de existir, estoy segura de que no se ocupan
de castigar a la gente ni de mandarles desastres, esos no son problemas de los
dioses, sino de la gente mal pensada.
—Pies Negros —dijo
el anciano— eres extranjera y llevas algún tiempo entre nosotros, tus
costumbres son algo distintas, pero creemos que eres valiosa y que has traído
cosas muy buenas para compartir con nuestra tribu.
Entonces, de
entre la gente del poblado que se hallaba sentada, se elevó una voz:
—¡Es mala!,
¡hay que echarla o traerá más desgracias a la tribu! —Era la voz de Cizaña, que
se había levantado gritando y señalando a Pies Negros .
—¡Muestra
respeto Cizaña! —dijo Nube Blanca— Estás ante el Gran Consejo, baja la voz y si
acusas a una persona: ¡hazlo con pruebas o calla!
Cizaña se
acercó a Pies Negros y comenzó a rodearla , abriendo las manos y moviéndolas
alrededor de su cabeza.
—¡Tengo
pruebas!, ¿no las veis? —volvía a gritar— ¡Se ha puesto plumas en la cabeza!,
como hacéis los jefes. ¿Quién se cree que es?, ¿una jefa?, ¡se atribuye una
posición que no le corresponde!, ¡debéis
castigarla por ello!
—¿Qué
contestas a eso Pies Negros? ? —el anciano la miraba con ojos profundos— ¿cuál
es la razón para llenar tu cabeza de plumas?
—Ninguna de
las que ella dice, cada pluma es el regalo de un niño y yo me las pongo para
recordar su cariño, hoy me las he puesto todas, porque estaba preocupada y
necesitaba sentir el apoyo de todos los niños.
Los ancianos
volvieron a unir sus cabezas y al momento, Nube Blanca volvió a hablar:
—Bien, Pies
Negros, tenemos un veredicto: eres inocente de todo lo que se te acusa, puedes
ir en paz, agradecemos que vivas entre nosotros.
— ¡No puede
ser! —gritó Cizaña elevando sus manos hacia arriba— ¿No la veis con esas
plumas?, ¡se cree más jefa que nadie!
—¡Cizaña! —reprendió
el anciano— es la última advertencia:
¡baja la voz! Esas plumas no son distintivo de mando, sino de gratitud,
la que le tienen los niños y la que le tenemos todos en esta tribu. En cuanto a
ti, tenemos algo que decirte: al señalar tanto a Pies Negros, hemos podido ver
tus manos: están manchadas de verde, marrón y morado. Si hay aquí alguien culpable, eres tú, por
tratar de mancharla arrojándole cosas por el camino. Si fuiste capaz de algo
así, también eres capaz de mentir en otros asuntos, por tanto, a partir de hoy
te consideraremos "persona de palabra sin valor": nunca más creeremos
tus acusaciones ni haremos caso a tus palabras.
—¡No puede
ser! —Cizaña miraba sus manos manchadas y gritaba de rabia.
—¡Cállate ya
Cizaña!, y sal de esta tienda, ¡el Gran Consejo ha hablado!
A partir de
aquel día, Pies Negros no volvió a tener problemas, siguió caminando descalza y
curando a la gente, con los pies y a caballo, y lo hizo durante muchos años,
hasta que sus fuerzas flaquearon y se unió al gran espíritu de la naturaleza. A
pesar de ello, las siguientes generaciones la recordaban en una de las muchas canciones
que se cantaban alrededor del gran fuego:
Ella es rubia
de piel blanca,
azul frío su
mirada,
la que los
males pone del revés.
la que cura
con manos y pies.
Vino el fuego
y los caballos espantaba,
llegó la
lluvia las casas arrastrando,
la mala Cizaña
siempre la culpaba,
pero ella no
hacía caso y seguía curando.
Ella es viento
en la yerba,
es galope de
caballos,
plumas del
pelo enganchado.
Es la tormenta
y la calma,
es la brisa
sobre el pelo,
es Pies
Negros: ¡la que sana!
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