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Intentaré poner en palabras escritas algo que aprendí por tradición oral de Carmelo H. Ríos. Se trata de un cuento tradicional japonés: "El maestro de té". Según dicen, está basado en una historia real, conociendo lo celosos que son los orientales en su respeto a la tradición, no cabe duda alguna de que esto ocurrió en algún momento.
Había una vez un samurai que era considerado Chaido Sensei (maestro de té), se trataba de un hombre pacífico y afable. La práctica consciente del Chai Do (camino del té), le había templado el carácter, y todos lo respetaban en el feudo de su señor, donde oficiaba a diario la ceremonia del té.
Un día, el maestro de té fue al mercado a comprar, le gustaba elegir el té por si mismo y siempre adquiría el de mejor calidad, su profesión lo exigía: ser impecable en la ejecución de su ceremonia. Caminando entre los diferentes puestos se cruzó con otro samurai que, en cuanto lo vio, frunció el ceño y se le acercó con pasos enérgicos. El maestro de té lo miró: por el kamon (emblema) que traía estampado sobre sus ropas, supo que se trataba de un samurai perteneciente a un clan enemigo. El samurai enemigo, por su parte, al verle a él portando espadas al cinto, lo confundió con un combatiente y lo retó a un duelo al caer la tarde. El maestro de té aceptó el reto, a pesar de que hacía tiempo que sus espadas eran sólo una parte ornamental de su vestimenta, y las portaba sólo porque lo exigía el protocolo. No podía rehusar el duelo, eso supondría una deshonra para el clan de su señor, así que regresó al palacio de su amo y buscó al maestro de espadas.
Cuando narró lo ocurrido al maestro de espadas, este le contestó:
-No puedo enseñarte nada que te sea útil de aquí a la tarde.
Pero el maestro de té siguió insistiendo:
-¡Sé que moriré!, pero al menos, dame unas nociones para defenderme lo mejor posible y poder morir con honor, sin traer la deshonra a esta casa.
Entonces el maestro de espadas le miró profundamente:
-Tú lo has dicho: morirás esta tarde, no tienes nada que hacer, así que aprovecha lo que te queda de vida haciendo aquello en lo que eres sublime: prepara para mí, tu última ceremonia de té.
El maestro de té aceptó su destino, cogió los utensilios y preparó el té, poniendo toda la consciencia en sus movimientos. Calentó el agua, mezcló el té y levantó la tetera, dejando caer el hilo de líquido en una continuidad armoniosa sobre los pequeños cuencos. Había concentrado con este acto toda la belleza y experiencia de su vida.
Compartieron un largo momento de silencio, saboreando este último té, (la ceremonia del té en Japón dura muchas horas), de hecho ya atardecía, entonces el maestro de espadas sonrió:
-Es la hora, dirígete al lugar del duelo y, cuando estés frente a tu enemigo, levanta la espada con la misma actitud con la que has levantado la tetera.
El maestro de té se dirigió a la plaza del mercado, que en ese momento se encontraba desierta. Sólo lo esperaba el samurai pendenciero y retador, con los brazos en jarras y cara de pocos amigos. El maestro de té, lo saludó con una discreta y perfecta reverencia, la misma hubiera dedicado a cualquiera que asistiese a su ceremonia del té. Después, muy despacio, desenvainó su espada, la agarró con ambas manos, y la elevó mirando a su adversario, lo hizo muy lentamente y con la misma continuidad y consciencia con la que elevaba su tetera cuando invitaba a alguien a un té.
El adversario abrió sus ojos como platos, y comenzó a temblar, toda su ferocidad parecía haber desaparecido, tiró su espada a un lado y se arrodilló ante el maestro de té, suplicando por su vida y pidiendo disculpas por haber osado retar a duelo al más sublime maestro en el arte de la espada.
De esta manera, el pacífico maestro de té, salvó su vida y su honor, y siguió elevando su tetera durante muchos años.
Un cuento sencillo y lleno de profundidad.
ResponderEliminarPresencia de espíritu en todas las cosas por igual...
ResponderEliminarAsí es Marisa, la tradición nos deja estos tesoros que ponen en valor la "plena consciencia" lo que actualmente llamamos "mindfullness". Todo es más sencill oy claro cuando te implicas plenamente en el acto que estás realizando.
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